lunes, 25 de mayo de 2009

Carlos, tiene quince años y desde hace ocho vive en centro de Lima, muy cerca al parque de la exposición. Aún está en el colegio, aunque ya le falta poco para terminar. Su familia, es una típica familia limeña, con padres que trabajan de lunes a viernes y una hermana menor, Anita, que se encuentran en primaria aún. Aquel viernes en la noche el padre de Carlos, los convenció de pasar un tiempo juntos y visitar algún lugar interesante en la ciudad, él acababa de escuchar sobre un museo que se había abierto en Barranco, un museo que por lo que había escuchado, era diferente y estaba relacionado con la vida marina. Al día siguiente la familia de Carlos se dispuso a salir en el auto familiar; la arquitectura antigua de Lima iba cambiando, intercalándose con grandes edificios y casas más modernas y antiguas a medida que iban avanzando a lo largo del “zajón”, no había mucho tráfico. Ya había pasado media hora desde que salieron de su casa, cuando llegaron al malecón de Armendáriz. Eran las diez de la mañana, de un nublado sábado de invierno, como tantos otros días en donde la neblina resulta una densa capa sobre el mar, que rara vez deja pasar los rayos solares. Al llegar, se apreciaba ese contraste entre urbano y natural que existe en el sitio, el tejido urbano que conforma el lugar con altos edificios; y una quebrada que constituye un espacio natural de gran magnitud en dirección al mar en medio de la ciudad. Se podía observar una gran masa de autos que salía y entraba a la ciudad, gente desplazándose y haciendo deporte, algunos corriendo y otros en bicicleta; ahora tenían un puente por donde cruzar, un puente que unificaba el malecón. De pronto, al dirigir la mirada sobre uno de los extremos de dicho puente, en una de las caras de la quebrada, se veía un emplazamiento natural que comenzaba en el malecón y al parecer continuaba hasta el mar. Un edificio cuya estructura iba, cual hilo que cose una tela, entrando y saliendo de la cara de la quebrada en dirección al mar. En el estacionamiento del lugar, ya habían otros autos a pesar de que era temprano, el museo acaba de abrir hace una hora a lo mucho, habían también tres o cuatro buses escolares de diferentes colegios de Lima. En el ingreso había un grupo de niños con uniforme que estaban esperando para entrar mientras que la profesora los ordenaba. Al ingresar la mamá de Carlos comentó sobre como el espacio dirigía la visual hacia el mar, mientras que Anita, se había infiltrado entre un grupo de niños que se encontraban observando unos cangrejos encontrados a quinientos metros bajo el nivel del mar. El guía de dicho grupo, era un buzo que les contaba a los niños sobre sus experiencias bajo el mar y como había recolectado muchas de las muestras. El espacio estaba metido en la quebrada, como enterrado, cerrado y con las condiciones necesarias para la conservación de las colecciones, pero aún así como bien había observado la mamá de Carlos tenia la visual dirigida hacia el mar, como indicando el comienzo de un recorrido que terminaría en ese punto. Siguieron recorriendo el edificio, se trataba de una serie de espacios continuos, alternando lugares abiertos y cerrados, era interesante para todos, ver cómo podían meterse en espacios incrustados en la misma quebrada, para luego salir a espacios abiertos y nuevamente volver a introducirse a espacios parcialmente enterrados; al mismo tiempo que iban aproximándose cada vez más al mar y descubriendo visualmente la costa verde. Al continuar, ingresaron a un lugar que a Anita le llamó mucho la atención, se trataba de una sala de juegos interactivos, donde un gran número de niños de aproximadamente ocho y nueve anos se encontraba manipulando experimentos con ayuda de los guías, al parecer todos se estaban divirtiendo. El espacio se encontraba parcialmente enterrado y permitía por estas entradas y salidas que posee la quebrada dirigir su visual hacia abajo, observando como la naturaleza se desplazaba, Anita se sentó justo en esta abertura hacia abajo, sus pies colgaban y su mirada estaba en las flores que crecían, se encontraba en el límite entre lo construido y lo natural. Al seguir su paseo, llegaron a un espacio abierto donde Carlos observó a un grupo de estudiantes que salían de una de las salas, eran un poco mayor que él, al parecer venían de una universidad. Uno de los caminos que partía de este espacio abierto estaba señalado por un cartel que hablaba sobre teatro para niños y otro sobre talleres de manualidades y sobre un taller meteorológico para niños. La mamá de Carlos se interesó y quiso entrar a preguntar. Ya dentro Anita vio a niños de su edad trabajando en arcilla, haciendo pintura entre otras cosas relacionadas con el mar, a los alrededores había muestras de piedras y un pequeño estanque con peces, con una vista entre la quebrada y el mar. Llegaron luego, a un lugar de encuentro donde se podía comer algo con una vista increíble y a la vez observar arte relacionado con el mar y tal vez comprar algún recuerdo. A medida que seguían avanzando el papá de Carlos se daba cuenta como el paisaje del acantilado desde el Callao hasta donde se encontraban, se iba abriendo cada vez más y como en cada uno de los espacios que visitaron las visuales estaban diseñadas en base a este objetivo. Cuando ya habían descendido hasta casi el nivel de la pista, donde tres carriles albergan una gran cantidad de autos, llegaron a un mirador que se extendía por encima de dicha pista, con una vista amplia hacia el mar. Desde ahí se podía observar otra parte del edificio que se encontraba sobre dicho mar. La familia de Carlos decidió seguir el paseo, se encontraron con otros espacios recorribles con especies vivas, con espacios abiertos y cerrados, en el último punto del recorrido vieron a familias y grupos de amigos saliendo en embarcaciones pequeñas, una de las personas que iba caminado casi al lado de ellos, era un turista que les comento sobre estos paseos complementarios organizados por el museo rumbo a la isla San Lorenzo, donde acompañados de buzos profesionales se invitaba a la gente a bucear en aguas donde se podía observa ecosistemas de los que ya se habían aprendido en el museo. Escucharon, por ahí también, algunos comentarios sobre un arrecife artificial, que aunque aún no estaba concretado sonaba muy interesante. Si bien la familia de Carlos no estaba preparada para dicho viaje en ese momento, pues ya había pasado gran parte del día en el museo, decidieron que lo iban a hacer el siguiente fin de semana, mientras que Anita estaba emocionada por los talleres los que iba a asistir a partir del lunes después del colegio.

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