lunes, 25 de mayo de 2009
Es el típico invierno limeño y son las 11 de la mañana aún la neblina densa cubre toda la ciudad, Luis un joven miraflorino de 23 años se dispone a dar un paseo en Barranco junto a unos amigos que vinieron del norte; pues le comentaron que era el lugar perfecto para caminar y pasar un buen rato. El mar lo conoce a la perfección pues en el verano se la pasa en las playas aledañas a la bajada Balta para surfear desde tempranas horas del día. Pero esta vez se tomará el tiempo para conocer el otro lado de Barranco. La propuesta es ir a la plaza principal y luego bajar a tomar unas cervezas mientras conversan un poco, para ya en la tarde terminar en un bar o discoteca en el boulevard.
Es así que tomaron el carro del padre de Luis y emprendieron el recorrido, el viaje se les hizo largo porque hay mucho tráfico y además están reconstruyendo la avenida República de Panamá. Después de unos 30 minutos llegaron a su destino, estacionaron el auto cerca a la iglesia principal; esta fue el primer referente del lugar, como siempre imponente, se encuentra frente a un parque donde los antiguos barranquinos acostumbran conversar; mientras cuidan a sus nietos que gustosos juegan cerca a la pérgola y la pileta. Los jóvenes circularon un buen rato y llegaron al puente Chabuca Granda donde encontraron turistas y visitantes, mientras se escuchaba el sonido de la música criolla de un cajonero y un guitarrista que abarrotaban la plazita frente a la hermita. Pero la música era lo suficientemente amable para entablar una conversación, y sin querer se quedaron un momento apoyados sobre la baranda del puente hasta que salió el sol. Siguieron el camino de la bajada; que no tan solo estaba infestado por enormes Ficus que brindaba una sombra segura durante todo el camino, sino que también descendía discretamente en una escala amigable con el grupo. La escala aunque simple, pero precisa incorporaba un camino como de 3 metros de ancho y unas casitas que miran en torno al camino componen la bajada. Se detuvieron a almorzar casi amenazados por “jaladores” en una de estas casas que ahora son restaurantes. El mozo los atendió y les comentó que sería bueno que fuesen a la nueva exposición de arte tradicional. Uno de los amigos de Luis estudiaba historia y le interesaba el tema; aunque tampoco deseaba aburrir a sus amigos; las pocas exposiciones de este tipo le resultaron bastante interesantes pero a la vez tediosas; se hacían en lugares mayormente antiguos y sabía que hay párrafos pequeños que lo acompañan con una luz que la resalta.
Al terminar de almorzar mirando al mar desde un extremo de la bajada, insistieron en in al lugar sabían que su amigo el futuro historiador, Marcos, deseaba ir. Entonces continuaron la caminata antes de llegar a la plazita final lograron ver el mar enmarcado por el perfil de la naturaleza; hacia la derecha se abría un camino donde se veía entrar a algunas personas que iban ascendiendo hacia una entrada inserta en el acantilado. Siguieron a un grupo y penetraron en la entrada, en medio de la grava se apreciaba que era casi un lugar esculpido; no era algo natural sino más bien había mano del hombre aunque tampoco forzado. Lo primero que observaron era a un grupo de turistas ya casi ancianos que caminaban lento; la incisión cambio drásticamente para abrirse al cielo ; desde donde entraba fuertemente la luz solar alumbrando el camino se podían leer unos símbolos acompañados por imágenes, eran símbolos andinos se notaba claramente. Hacía la derecha penetraba otro rayo de luz, otros símbolos se incorporaban ahora además de breves proyecciones de la producción artística popular donde se veía a la gente sumamente atenta. Era la exposición de tan solo un objeto de arte popular; parecía decir mucho, había niños y jóvenes que tenían un espacio para hacer a su manera la técnica que se apreciaba. Hacia el encuadre habían arboles y la gente podía sentarse un momento; por otro lado, se veía gente que parecía haberse conocido ahí pero que comentaba acerca de lo que veían. A un extremo el objeto iluminado precisamente como elemento hito alrededor la gente dejaba mensajes de sus apreciaciones. El camino continuaba intrínseco con el cielo y mostrando en ocasiones el mar, aunque a veces aterrador, el contacto con el cielo o el agua impulsaban la travesía. Había un grupo de jóvenes de un colegio de Villa el Salvador; se notaban super entusiasmados; uno de ellos miraba y escuchaba con detenimiento la segunda obra expuesta; tuvieron la suerte que el artesano autor de esa obra justo allá llegado ahí a hacer unos últimos retoques con el museólogo y se tomó la amabilidad de explicarles pieza a pieza, detalle a detalle cada una de las cosas que hacía. Parecía un cuento, y adultos y jóvenes se reunieron a escucharlo; aunque tenía una forma distinta de expresarse la cantidad de información transferida fue consistente para que los estudiantes hicieren el dibujo de propia apreciación encargado por el profesor; el niño más entusiasmado conocía la técnica había venido a estudiar a Lima y era del mismo lugar de donde venía el artesano. Tenían el espacio para hacerlo in situ; mientras los amigos pasaron a otra sala donde se encontraban más adultos; algunos elementos se podían apreciar y tocar. La tercera obra expuesta continuaba hacia el mar esta vez la simbología se encontraba en las rocas; el “agujero recorrido” se disparó hacia el océano, donde la roca chocaba el agua y los árboles continuaban su función de protección solar. El camino hacia el mar fue casi imperceptible sin darse cuenta Luis vio a uno de sus amigos que recién había terminado de surfear en esa zona porque la mar estaba brava como para ir a la bajada Balta. Se secaba entre las rocas, Luis presentó a sus amigos y quedaron en reunirse más tarde.
Al final de este “muelle roca” se veía una fuerte cantidad de personas La gente aquí se relajaba un poco algunos mojaban sus pies mientras se veía a un grupo de pesca llegar a posarse sobre estas rocas por horas, mayormente ancianos. Pero el espacio final reventaba de gente contemplando el mar. Parecía que la historia que contaba esta última pieza era la de la vida ; y la conexión del hombre con la naturaleza, toda pieza artesanal contemporánea o no poseía un agradecimiento intrínseco a la naturaleza y además un mensaje. De regreso se veía el barranco y la Costa Verde en su plenitud con edificios, con naturaleza. A Luis le encantó ver esta imagen, el había vivido un tiempo en el Callao cuando sus padres recién empezaron; su padre era arequipeño y su madre de Lima tenía la casa de sus padre ahí; se lograba ver también el planetario de donde Marcos había visitado cuando niño. Los edificios miraflorinos como obeliscos repuntaban el borde superior del acantilado. El tercer amigo, le preguntó a Luis que qué había pasado con la vía vehicular de la Costa Verde; mientras regresaban y la neblina poblaba nuevamente el lugar. Luis explicó que un día se dio cuenta que habían no tan solo enterrado bajo el “muelle roca” la vía sino que habían incorporado un transporte público solo para la costa verde. Él lo tomaba a veces cuando no podía prestar el carro de su padre y además comentó que esos buses tenían un espacio para colocar su tabla; pero el mayormente la dejaba en los lockers del club de surfers. Pasar por debajo era una experiencia divertida algunas veces en el carro puedes ver el mar, otras arboles y otras te metes al barranco.
Al llegar al acantilado Luis y el tercer amigos comentaron la experiencia de encontrarse a detalle con una obra artesanal de tal envergadura; se exponía el nombre de las próximas obras a conocer. Y Luis iba a decirle a su padre quien tenía un singular aprecio por esta clase de arte. Al final había un grupo de gente inscribiéndose para un viaje grupal al lugar donde se había realizado una de estas piezas de arte popular y que además incluiría un viaja a Quinua en Ayacucho. Los tres amigos recogieron folletos y fueron conversando interesados en un viaje de este estilo. Al final también hay un panel donde uno coloca los propios dibujo o trabajos hechos en el sitio; se puede llevar el de otros a cambio que pongas el tuyo.
Luis comentaba lo importante que era conocer esto, “mis viejos tienen algunas artesanías en la casa”. Marcos fascinado explicó que a comparación de otras exposiciones esta le parecía interesante porque la gente interactuaba con la exposición y además era parte de ella; es muy difícil entender toda la vida y el aprendizaje artesanal en una sola caminata, pero es peor que se tome como un simple objeto de arte popular. Además le dijeron que en verano el muelle hecho de rocas se repletaba de gente que venía a tomar el sol y bañarse; aquí viene la gente que no le gusta la arena; secarse entre las rocas es mucho más fresco. A la gente le gustaba irse a Chorrillos a bañarse durante la tarde y ahora que se acoplaron los baños termales esto también ocurre en invierno. Ya son las 5 de la tarde y mientras algunos se van otros llegan a ver el atardecer o comer anticuchos. El muelle posee un café en la mitad de la travesía donde la gente suele pasar horas sentada mirando el mar, ya que el café es accesible para todos casi todos los que van consumen en el lugar o lo llevan afuera para seguir disfrutando hasta altas horas de la noche. A cierta hora se cierra el acceso al lugar por motivos de seguridad.
El regreso lo emprendieron por otro camino, el proyecto comprendía un acenso por el funicular; se enteraron como era Barranco antes, de regreso al lugar donde comenzaron; la Hermita era la protagonista; la misma fundadora del lugar; habían estado caminando en torno a ella. La calle del padre Abregu había sido renovada y donde había habido una casona vieja se instaló una biblioteca de arte nacional.
Finalmente ya un tanto cansados decidieron ir a tomar un baño caliente en Chorrillos, luego regresarían a Miraflores para más tarde salir rumbo a las divertidas noches barranquinas.
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